(artículo publicado en
Notas de opinión el 13/06/2009)
Hace más de dos años que el siempre pionero Alfons Cornella se hacía eco de la publicación del estudio "
Confronting the Challenges of Participatory Culture: Media Education for the 21st Century" elaborado por expertos del MIT con el patrocinio de la MacArthur Foundation (ver en Infonomia el mensaje 924 "
El (video)juego como fuente de niños innovadores", 16/01/2007). Un tema central de este trabajo es la necesidad de dar a los jóvenes instrumentos para poder desarrollarse en una sociedad que va evolucionando de una
cultura proyectada (donde sólo unos pocos se dirigen a muchos) a una
cultura participativa (de muchos a muchos, en base el uso de herramientas digitales de comunicación y creación distribuida por parte de personas con iniciativa, personas que a menudo buscan afirmación, pertenencia, conexión y apoyo). Esta Nota, aparte de recomendar este documento y el artículo de Alfons, quiere poner el acento en la necesidad de intervenir educativamente en este ámbito para identificar y afrontar varios problemas substanciales.
Vayamos por pasos. La primera cosa es ser conscientes del laissez faire dominante respecto de este asunto. Hay muchas personas que se maravillan por la facilidad con que las niñas, los niños y la juventud en general usan las herramientas electrónicas y los sistemas digitales. Muy a menudo también piensan que, dada esta facilidad -que hace que adquieran muchas destrezas y conocimientos por su cuenta, de manera rápida y ágil-, no hace demasiada falta que los adultos intervengan ni que los supervisen. Esta manera de pensar va de la mano con el hecho que una gran parte de estos adultos (padres y profesorado, inspectores y directivos de centros educativos), no está precisamente en las mejores condiciones para orientar, supervisar e intervenir en este universo que para ellos es inestable, inseguro y en ocasiones inaccesible (cuando no carente de atractivo, sobre todo en relación con sus intereses y bagaje).
Dado que generalmente de Internet y de TIC la juventud en términos prácticos sabe mucho más que los adultos, para estos es muy difícil plantear escenarios y conversaciones destinadas a que los jóvenes piensen sobre sus propias experiencias con las tecnologías infocomunicativas y los comportamientos que tienen cuando participan en estas actividades. A los adultos les muy difícil estimular a los jóvenes para que vayan más allá de la comprensión intuitiva, de la destreza manipulativa y de la práctica automatizada (dicho sea sin quitar ni un ápice del valor a estas destrezas y capacidades -¡ya querría yo tenerlas!). Los adultos tampoco saben demasiado bien como impulsar la reflexión sobre la información, la interacción y la comunicación o sobre los valores en la red.
Así, a caballo de la comodidad, de la incapacidad y de la resignación, el mundo adulto exhibe un enorme laissez passer colectivo, que los jóvenes captan perfectamente y que interpretan como un factor adicional de distanciamiento generacional y cultural. En estas condiciones a los adultos les es muy difícil (e incluso ingrato) afrontar los problemas que plantea el uso de los útiles tecnológicos por parte de los jóvenes, y en particular de los usos realmente relevantes en el ámbito del aprendizaje y del desarrollo intelectual.
En relación con esto, una de las conclusiones del importante estudio de la UOC presentado recientemente sobre Internet y la educación escolar española es que si bien profesores y directores coinciden al señalar que las tecnologías son muy importantes para la educación del futuro,
en realidad no saben como encajarlas en sus actividades cotidianas. [Ver "
La integración de internet en la educación escolar española: situación actual y perspectivas de futuro" (UOC IN3, Fundación Telefónica)]. Que los mismos alumnos también piensen esto (que no hay una relación clara entre el mundo digital y su propio aprendizaje escolar) contribuye a abonar la sospecha de que en general los jóvenes no profundizan en sus destrezas digitales porque no se les ayuda a hacerlo ni se les orienta. A pesar de que en los centros educativos se haga un cierto uso de las TIC, la disparidad flagrante entre el mundo digital de los jóvenes y los sistemas académicos de enseñanza-evaluación contribuye, entre otras cosas, a que cada día sea mayor la disociación que a los ojos de los alumnos hay entre la escuela y la vida, con serias consecuencias. Vuelvo a repetir aquí una frase del profesor Manuel Castells que he mencionado en otras ocasiones: "El factor decisivo del abandono escolar es el desfase cultural y tecnológico entre los jóvenes de hoy y un sistema que no ha evolucionado."
El estudio de la MacArthur Foundation al que he hecho referencia señala que esta problemática hace imprescindible una intervención a la vez pedagógica y de política educativa, que tiene que centrarse en tres ejes que denomina de manera muy sugerente:
the participation gap, the transparency problem, the ethics challenge.
El primero de estos ejes o problemas
(the participation gap) consiste en el conjunto de desigualdades en el acceso a las tecnologías, en la calidad de este acceso y en las oportunidades de participación que pueden derivarse del mismo. En este sentido el gap no es sólo ni principalmente de disponibilidad tecnológica. Ya no se trata tanto de si se accede o no a Internet y de si se emplean las TIC, sino de la calidad de este acceso y de sus usos, entendida esta calidad en términos de tecnología (velocidad, prestaciones técnicas, aplicaciones, soporte) y en términos de destrezas individuales y de contextos personales y relacionales para aprovechar las oportunidades de la tecnología. De manera creciente la juventud se divide entre aquellos para los cuales Internet proporciona experiencias ricas, diversas y estimulantes, en las que cuanto más profundizan más destacado es el papel que tienen en su vida porque los incorporan a una cultura participativa (a pesar de que lamentablemente tenga poco o nada a ver con la enseñanza), y aquellos otros para los cuales Internet es un recurso estrecho, limitado, que como máximo engancha de una manera superficial y que en conjunto es poco significativo.
Otro asunto a considerar (
the transparency problem) es un tema clásico de la educación en medios: como conseguir que los jóvenes se den cuenta que los medios (y muy especialmente Internet) modelan su percepción de la realidad. En el mundo en línea cada vez es más difícil valorar la calidad de la información, tener criterio sobre su credibilidad, separar la orientación comercial de la no comercial. Todo tipo de intereses (económicos, políticos, ideológicos, etc.) influyen en la información y las interacciones que los jóvenes tienen a su alcance, enturbiando la transparencia. El disfraz, el camaleonismo y el engaño pueden ser más imperceptibles y insidiosos en Internet. Además, la validez de la información de Internet a menudo se juzga primordialment en función del formato y del diseño, dificultando así su análisis.
Respecto de todo esto la experiencia de los adultos con la televisión no ayuda mucho, porque en gran medida se basa en anuncios o en informativos presentados en bloques diferenciados y en una recepción pasiva y segmentada de contenidos. A los adultos los cuesta entender que Internet puede ser mucho más agresivo y manipulador que la TV. Además, como también señala el informe "Confronting the Challenges ...", la tradición de los libros de texto tampoco estimula demasiado a alumnos y profesores a ser críticos con los medios y a cuestionar la información, que a menudo se acepta como si toda ella fuera auténtica, indiscutible y presentada sin sesgos. [Hay una web en inglés para hacer trabajos escolares, que ahora soy incapaz de encontrar, que con propósito pedagógico presenta de manera clara y natural información deliberadamente errónea].
Intervenir educativamente en el asunto de la transparencia requiere tener como objetivo que los jóvenes se acostumbren a reflexionar sobre su experiencia con los medios digitales y sean capaces de conceptualitzar lo que hacen y aprenden cuando participan en este mundo. Haría falta mucha conversación profesorado-alumnado para madurar en estos temas; para el profesorado supondría cambios en su aparentemente "cómoda" posición (explico al final el sentido de este adjetivo) pero posiblemente los alumnos acabarían reconociendo y agradeciendo este interés.
Es indiscutible que la participación en la red hace que los jóvenes se encuentren en situaciones que habrían sido casi inimaginables hace diez o veinte años. El tercer problema
(the ethics challenge) hace referencia a cómo se podría estimular a los jóvenes porque fueran reflexivos sobre las opciones éticas que se les presentan cuando participan en la red y su actuación impacta en otras personas. Las incipientes normas de etiqueta del ciberespacio son sólo una primera aproximación a las pautas éticas que tendrán que guiar su práctica como creadores de contenido y como participantes en comunidades en línea. Decidir que se expone de uno mismo o de personas próximas y pensar como guiar el propio comportamiento cuando el entorno estimula a jugar o actuar con identidades ficticias son dos ejemplos inmediatos y cotidianos de los retos éticos que plantea la participación en los medios infocomunicativos. Se puede afirmar que afrontando de manera pasiva el cambio tecnológico no se contribuye mucho a que los jóvenes construyan unas normas éticas para moverse y desarrollarse en un entorno digital diverso y sin límtes, ambiguo y complejo, prometedor y también peligroso.
Concluyendo, cualquier intento de preparar los jóvenes para una cultura participativa mediada por la tecnología hace necesario afrontar estos tres problemas. Esto requiere, grosso modo, que se renueve la visión que se tiene de la juventud, de su entorno, de sus expectativas y de los problemas que afronta y que tendrá que afrontar (los alumnos son mucho más que los individuos a los que hay que explicar la lección). En el fondo de todo esto hay, en mi opinión, una realidad simple y diáfana que todo el mundo tendría que entender aunque no parece que este sea el caso:
los más jóvenes no tienen conciencia de cómo era la realidad infocomunicativa anterior a ellos, la realidad de apenas hace unos pocos años. ¿Porque tendrían que tenerla? ¿Puede tener esta conciencia una niña de cuarto de primaria o un chico de segundo de ESO? Obviamente no, y ciertamente no se imaginan un mundo sin televisión, sin móviles o sin messenger. Seguro que tampoco les preocupa lo más mínimo que el mundo fuera así y que ahora ya no lo sea. ¿Porqué les tendría que interesar cómo eran las cosas antes de que nacieran? Como máximo les sorprende que alguien explique que unos años atrás todo esto no existía. Y tienen toda la razón del mundo para "desconectar" cuando se les sugiere que antes las cosas (o la gente) eran mejores que las de ahora.
Los adultos sabemos que hasta hace bien poco el sistema tecnológico-mediático era muy diferente (a pesar de que ahora no podríamos prescindir del móvil ni de la web, de la cámara digital o de la iPod, del pay-por-view bajo demanda o de la televisión de alta definición), pero esto no lo han vivido los jóvenes. Diez años en la vida de un niño de diez años lo son todo, pero en la de una persona de cuarenta "sólo" representan una cuarta parte de su vida, mediada por toda su experiencia anterior. Esto no se tendría que olvidar porque hoy no se puede educar cómo si las cosas no hubieran cambiado, como si fuéramos ayer. Intentar hacerlo cerrando los ojos a esta situación da una apariencia de comodidad, de simplicidad, de poder concentrarse en el más fundamental. Pero no afrontar la realidad de hoy (que la tecnología ha generalizado una nueva cultura de interacción y participación, diferente de la anterior) es anacrónico y contiene la semilla del fracaso: así difícilmente se podrá atraer ni mucho menos seducir a los jóvenes. Dicho en positivo, la educación del siglo XXI requiere incorporar a fondo la cultura digital y para hacerlo lo tiene que considerar desde esta triple perspectiva: participación, transparencia y ética.
Acabo diciendo que opino que este es un asunto que necesita "desesperadamente" adquirir protagonismo, y que además está directamente conectado con otro problema capital (pero escondido, tapado por el formalismo de la representación pseudo-democrática del alumno en el mundo escolar) de la educación tradicional: la carencia de voz del aprendiz en su propio aprendizaje, lo que por ahí se denomina "
student voice". En Catalunya, ahora que con la nueva Ley de Educación tendremos una Agencia de Evaluación y Prospectiva de la Educación, ¿no sería "participación, transparencia y ética" un buen eje argumental para debatir a fondo como tendría que evolucionar la educación en la sociedad (tecnológica) del siglo XXI ?
Gracias por haber llegado hasta aquí.
Ferran Ruiz Tarragó
http://www.xtec.cat/~fruiz/
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