Le emoción, como tal, no tiene límites de edad ni de nivel de enseñanza. Recuerdo una clase a distancia que estaba brindando, con docentes de una universidad del Perú.
Cada sábado, durante cinco semanas, trabajaba 5 horas corridas con un grupo que, sentado en sus pupitres a 10000 km de distancia, me veía a través de una pantalla de webconference y me escuchaba a través de Skype.
Las clases, cuyo tema era “El aprendizaje en la era de la Información”, transcurrían plácidamente, discusiones, presentaciones, trabajo en equipos… hasta que un día, en el que enseñaba Google Drive, se dio una situación fuera de lo común.
Abrí un documento en la clase, y lo compartí. La gente desde su notebook, me enviaba su correo y yo los incluía en el documento. La gente entonces, se veía a si mismo acceder al documento, en su pc y en la pantalla, y se veía entonces “in situ” la interacción y el potencial colaborativo de la herramienta.
En la evaluación final del curso, muchos participantes mencionaron esta clase de manera particular, y algunos comentaron que comenzaron a utilizar el drive para sus propias actividades de enseñanza.
Me pregunto entonces, ¿tiene efectivamente la emoción un rol relevante en la enseñanza? o bien, ¿el impacto logrado es de corto plazo y se perderá con el tiempo?
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Dr. Marcelo I. Dorfsman
Abril 2014
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