No voy a hablar sobre "el día del libro", ni voy a incitar a la lectura. O quizás sí.

De lo que voy a hablar es de la doble alegría que me dio hoy una amiga y compañera.

Me comentó que la había visitado una antigua alumna y la había hecho sentirse muy bien. La alumna le dijo que le iba bien y que se encontraba trabajando, que había dado un gran cambio y que se acordaba mucho de ella.

Me alegró mucho la noticia por la alumna. Nos había llegado de rebote y, como suele suceder en estos casos, con un amplio historial de conflictividad en distintos institutos.

En el nuestro no fue menos. Bueno, para ser exactos, sí fueron menos que en sus anteriores centros, pero no por ello, dejaron de ser importantes.

Lo cierto, es que algunos profesores apreciamos algo en ella escondido tras esa maraña de conflictividad y rebeldía con la que suelen defenderse y enfrentarse equivocadamente algunos adolescentes al mundo y a ellos mismos.

Vimos sus dotes para escribir y plasmar en el papel una riqueza interior que poseía y a la que ella misma era ajena a su conocimiento.

Logramos llegarle en algunos aspectos. Batallamos mucho con ella, pero nunca parecía suficiente para su rescate. Incluso, a veces, empeoraba por momentos. Su complicada situación y su carácter jugaban siempre en su contra.

Tras su ruda y rebelde expresión se vislumbraba una sensibilidad y una capacidad para llegar al fondo de las cuestiones que no era la habitual.

Hicimos lo que pudimos, sembramos y recogimos algunos frutos y continuamos sembrando.

La segunda razón por la que me alegré, fue por la compañera y amiga que fue objeto de la visita.

Si alguien batalló por esta alumna, esa fue ella.

Le descubrió el maravilloso mundo interior que portaba, la adentró en el fascinante mundo de los libros, la incitó a amarlos y a quererlos, le enseñó a dibujar letras en folios blancos y convertirlos en retazos de su ser, a la vez que se los revelaba a sí misma y a los demás.

Supo acudir en su rescate y lanzarle un cabo que convertido en cabo de la Buena Esperanza la salvó de la tempestad y la catapultó a tierra firme. Dio un duro dónde otros no vimos ni cuatro pesetas.

Y todo esto lo hizo de una manera sencilla, humilde y callada, sin alardes ni grandilocuencias, transmitiendo cercanía y amor por lo que hacía.

Recogió los frutos de su labor, aunque nunca nos parecen suficientes.

Pero hoy recogió unos frutos diferentes que la colmaron en justa medida y que no son otros que las semillas maduradas de sus esfuerzos en forma de fruto diferido, que es la manera en la que se suelen recoger los mejores resultados de esta labor docente.

¡Cuántas veces vemos el resultado del trabajo al tener la ocasión de reencontrarnos con alumnos al cabo de un tiempo!

Nuestro trabajo es grato, duro en muchas ocasiones, pero grato si sabemos apreciarlo, y más grato aún si pudiéramos observarlo a través de un caleidoscopio temporal.

Y eso fue lo que le sucedió hoy a mi compañera.

¡Valió la pena tanto esfuerzo tantas veces con apariencias infructuosas!

Y le dieron el regalo, el mejor de los regalos que se le puede hacer a una profesora. Un libro. La alumna había ido a regalarle un libro. no un libro cualquiera. Un libro que se había leído y que le había recordado a su profesora, la que tanto se desvivió por ella y la que tan fantástico mundo le había ayudado a descubrir.

¡Puede haber mejor regalo para la víspera del día del libro!

Enhorabuena amiga.

He creído interesante colgar aquí el comentario que dejó mi compañera en el que cuenta la historia tal como la vivió y lo hace de 1ª mano y mucho mejor que yo:

Querido Jesús:

Me emocionó muchísimo la visita de nuestra alumna (no quiero llamarala ex porque, a pesar de los quebraderos de cabeza que nos dio en más de una ocasión, seguirá siendo siempre alumna nuestra)...

Me emocioné cuando oí su voz llamándome por el pasillo, cuando me contó cómo había empezado a encauzar su vida, sus palabras llenas de madurez y seguridad en que ahora sí que había encontrado su camino...

Me sorprendí cuando sacó de su bolso dos libros que tenía de nuestra biblioteca y que quería devolver, pero, sobre todo, me emocionó cuando sacó su libro, un libro que había leído y que había disfrutado. Me explicó que lo había leído varias veces porque cada vez que lo leía le enseñaba algo nuevo. Me lo regaló porque, según sus palabras, le había hecho recordar lo que yo le había dicho, tanto sobre la vida como sobre los libros.

Llevo poco en esto de la docencia y, quizá por ello, no he recogido aún frutos, pero te puedo asegurar que la enseñanza de hoy será de esas que siempre voy a recordar porque me hace volver a la realidad de nuestra profesión, la cual (desde luego) no está en documentos que descuartizan nuestra labor con porcentajes y estúpidos análisis de competencias básicas...

La alegría de la visita se completó cuando, al fin, encontré a mi amigo en la sala de profesores y me abalancé sobre él para contarle lo que me había ocurrido. ¡Por fin, tenía alguna noticia buena que darle!

Verbalizar algunas experiencias me hace comprender su importancia. Al contarte el encuentro y percibir tu satisfacción (similar a la mía, porque tu labor con esta alumna fue ingente, de lo que dan fe unos cuantos cortados) me hizo percibir que nuestra labor se había apuntado un tanto...

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Comentario por Jesús Hernández González junio 7, 2009 a las 6:36pm
Gracias Carmen por tus palabras.
La historia es totalmente real y más dura aún por detalles que por respetar la privacidad de la alumna en cuestión omito. Me encantaron las palabras de respuesta de la compañera de la que hablaba que también se emocionó.
Mi blog personal es http://talcomolosiento.blogspot.com por si quieres visitarlo.
Un abrazo
Jesús
Comentario por carmen junio 7, 2009 a las 6:14pm
Me ha emocinado profundamente tu texto.

Llevo 26 años en la profesión que me gusta, es un privilegio; tu relato me hace reflexionar y ver que no estaba equivocada al elegirla.

Un saludo cariñoso a todos mis colegas.

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