En Digitalia, los legisladores habían decidido apostar por la modernidad en la educación. Hasta entonces, los niños habían recibido sus clases en barras de bar, sobre taburetes y con un plato de aceitunas delante, tal y como se había venido haciendo desde tiempos inmemoriales con resultados aceptables que, ahora, muchos ponían en tela de juicio. De hecho, los veteranos y algunos eminentes pedagogos cuestionaban cualquier modernización arguyendo que "no hay mejor manera de aprender que acodado en una barra y degustando unas olivitas".
El Ministerio de Educación y Juegos de Azar de Digitalia había decidido, sin embargo, adaptarse a los nuevos tiempos y proponía en su ley la incorporación inmediata de aulas, pupitres y pizarras. Se decía que, si los alumnos disponían de un entorno favorable y unas herramientas poderosas como eran la pizarra y la tiza, podrían enfrentarse mejor a los retos del futuro.
Para ello, dotaron a los centros educativos de un aula, una, con quince pupitres y una pizarra (puede que algunos grupos fuesen más numerosos, pero siempre podrían compartir silla). Algunos centros experimentales que ya disponían de este avanzado equipamiento, ampliaron la dotación e, incluso, consiguieron pizarras y juegos de tizas portátiles.
Sin embargo, la mayor parte de colegios e institutos mantenían la estructura clásica de interminables barras de bar con sus filas de taburetes y sus rimeros de platos de aceitunas. Algunos profesores innovadores plantearon sus dudas acerca de la imposibilidad de que todos los alumnos acudiesen al "aula de tiza" como ya la llamaban en los círculos profesionales. Era difícil organizar los grupos para ir allí y para que los alumnos permaneciesen en silencio sin protestar porque no tenían delante el plato de olivas. Otros, directamente, se declararon objetores: "la tiza me produce asma", "la pizarra me da dentera", "no sé explicar sin aceitunas"...
Las administraciones educativas no sabían qué hacer. Por un lado, querían darse ese baño de modernidad que les exigía su participación en la Comunidad Digital Europea, pero, por otro, sabían que dotar de pizarras y tizas a todos sería costoso; además, ¿y si los alumnos ensuciaban las pizarras con lo caras que eran, o las rompían?; ¿no se llevarían los profesores las tizas a sus casas?; y los borradores, tan blanditos, ¿no acabarían como limpiadores de hogar? Para colmo de desgracias, introducir las pizarras, las aulas y los pupitres acabaría definitivamente con aquellos profesores castizos que basaban su pedagogía únicamente en el intercambio dialéctico y en el sagaz cruce de miradas sobre el plato de aceitunas. ¿Sabrían todos escribir un esquema en la pizarra? ¿Podrían borrar sin dejar huella?
El ministerio decidió obligar por ley el desarrollo de competencias básicas, entre las que se encontraba la Competencia de manejo del yeso educativo o educación pizarro-visual, que venía a exigir la incorporación de este tipo de metodología en la enseñanza. Pero, los docentes, como quien oye llover, seguían con sus prácticas arcanas. Unos por comodidad, otros por ignorancia, otros porque ni siquiera se habían leído la ley, y muchos porque consideraban que la aplicación práctica era imposible. Efectivamente, muy pronto hubo las primeras reyertas por el uso de la tiza, los primeros conatos de rebelión de alumnos que se negaban a abandonar los cómodos pupitres para volver a los taburetes de bar, los primeros robos de cajas de tizas... Quienes se aventuraban en las nuevas metodologías se arriesgaban a sufrir las burlas y desdenes de sus colegas "tradicionalistas". Incluso, entre los más innovadores se formaron facciones enfrentadas: quienes reivindicaban un respeto y dignidad a su valentía, y quienes propugnaban una especie de "misticismo del yeso" y preferían, por tanto, mantenerse alejados de cualquier interacción con la realidad de las barras de bar.
Lo cierto es que, después de unos años de intentos vanos (reparto de pizarritas individuales, suministro indiscriminado de tizas, dotación de pizarras plegables en distintos colores -negro y verde oscuro-), la enseñanza en Digitalia seguía centrada alrededor del plato de olivas. Y los gurús del oficio se decían entre ellos:
"No sé qué pasa, que los niños ya no aprenden como antes... Quizá haya que cambiar de marca de aceitunas".

Publicado en Re(paso) de lengua

Crédito de la imagen: www.flickr.com/photos/26674381@N00/16039761

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Comentario por Antonio Tux noviembre 15, 2008 a las 12:27am
Más vale aceituna en boca que ciento rodando. ;-)
Comentario por David noviembre 14, 2008 a las 7:49pm
Buenísimo. Eres un crack y lo has explicado muy bien. Esto es un desastre y como siempre se construyen las casa por el tejado. Se compra el material pero se enseña a los obreros a construir.

Un saludo
Comentario por María L. noviembre 12, 2008 a las 9:49pm
Hombre, pues una clase en un bar, con un plato de aceitunas y, si puede ser, también de tortilla y una cervecita no estaría mal. Yo he aprendido mucho con las conversaciones de bar.

Los cambios cuestan, y en un sistema de funcionariado más. Yo confío en que en Digitalia en unos años todo el mundo maneje el yeso-educativo y la educación pizarro-visual. Dale tiempo al tiempo y ya se verá.

Hablando de taburetes y clases distendidas, tengo los martes clase a primera hora (8:30) con el grupo de 2º de bachillerato, y llegan dormidos. A esas hora no son capaces de poner nada a funcionar, ni en el ordenador, ni en la práctica, ni resolver problemas, ...les faltan revoluciones y traen las neuronas desconectadas. Les he prometido que el día en que todos aprueben un examen, sin ningún suspenso, organizamos un desayuno un martes en clase. Uno trae el café, otro la leche, otro el azúcar, ... y yo me encargo de unas pastas de chocolate. Para esas horas será mejor que las aceitunas. Hasta ahora, en los exámenes que he hecho siempre ha habido algún que otro suspenso, así que nada, pero queda todo el curso por delante. Si conseguimos que aprueben todos podré entender por qué en digitalia se apegan tanto a los taburetes del bar y el plato de aceitunas (supongo que valdrá la prueba con los taburetes del taller y unas pastas de chocolate). Ya te contaré.

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