La profesora había llegado esa mañana, nos había dado una buena noticia, ¡Íbamos a ir a un museo!. Todos estábamos contentos, reíamos, jugábamos, saltábamos, toda excusa para ir de excursión es buena y más cuando era una tan interesante.
Nos repartieron la hoja de autorización y como locos salimos a entregarla a nuestros padres. Todos, menos Rita, ella buscaba en su mente mil formas para no ir. Podía decir que estaba mala, la gripe era una buena solución, una torcedura de pie también valdría, sin embargo, le gustaría tanto ver aquel museo.
Durante la cena, Rita no contó nada, tampoco al día siguiente, le resultaba muy fácil pasar desapercibida, pero no para su amiga Lucía, su amiga de la infancia.
Durante el recreo, Lucía se acercó a ella, Rita nunca sabía si Lucía era silenciosa o no, pues, Rita tenía sordera. Sin embargo, como siempre que Lucía se acercaba, ella lo percibía.
Lucía no era sorda, pero sabía perfectamente el idioma, había practicado mucho para conseguir deletrear las palabras, saber otros signos era más difícil, pero el abecedario lo había aprendido fácil.
- ¿Qué te pasa?- preguntó.
- No me enteraré de nada en el museo- tardó en contestar Rita.
- Yo te iré contando- se ofreció su amiga.
- No pasaríamos del primer cuadro, tu solo deletreas.
Lucía se enfadó, Rita no consideraba todo lo que ella había hecho para escucharla. Pero ya en su casa pensó, ¿Si yo tampoco pudiera enterarme de las cosas, me enfadaría con el mundo?
A la mañana siguiente, Lucía le pidió a sus padres ir a ver el museo, cuando llegó, estaba sorprendida, en información preguntó si tenían técnicas para que personas con deficiencia auditiva visitaran el museo.
Al salir de allí, estaba tan contenta, Rita iba...
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