Hoy se cumplen cinco años de la implantación del Permiso de Conducción de Familia (PCF), uno de los avances sociales más destacados en nuestro siglo XXI. En un 7 de octubre del año 2015, tras un acalorado debate ético sobre el carácter público o privado del cuidado de hijos y la gestión de los recursos familiares por parte de los progenitores, se aprobó la creación de un carnet que sirviese de habilitación para ejercer la patria potestad. Al mismo tiempo, se estableció el sistema de puntos, que ya venía funcionando con éxito desde hacía años para la conducción de vehículos.
"A algunos intelectuales les parecía que el PCF suponía una intervención excesiva del Estado en el ámbito familiar", apunta Mariano Godoy, responsable de la Dirección General de Familia (DGF), "sin darse cuenta de que un individuo podía ir a la cárcel por conducir borracho en una noche loca, mientras otros quedaban impunes tras conducir borrachos a su familia durante toda la vida, poniendo en riesgo, día tras día, la vida y el futuro de sus hijos y cónyuges".
Por eso, el Permiso de Conducción de Familia estableció un régimen severo de castigos, según la dimensión y gravedad de la falta: No atender la manutención e higiene, tolerar o fomentar el absentismo escolar, desatender las obligaciones educativas de la prole, poner en riesgo la integridad de sus hijos o las de sus amigos, compañeros, profesores, etc. suponían la retirada de puntos, que sólo se podían recuperar asistiendo a cursos de formación y a talleres de trabajo social. Algunas faltas, como no asistir a las reuniones del colegio o a las llamadas de los tutores, podían ser objeto de simple sanción económica,.
"No fue fácil concienciar a la gente de lo importante que es sentar las bases de una educación en condiciones como garantía de futuro", señala Leire Potín, consejera autonómica del Departamento de Reeducación Familiar (DRF). Ciertamente, costó varios meses, pero las duras campañas de concienciación (polémicos fueron aquellos explícitos carteles: "Si tu hijo te importa una mierda, dedícate al onanismo", o las pegatinas indelebles: "Porque tú no vales") y el desprestigio público que suponía para padres y madres perder puntos dieron fruto más pronto de lo previsto. En un año bajaron en un 45% las incidencias escolares (un descenso de hasta el 60% de expedientes disciplinarios en los institutos de secundaria) y se retiró la custodia a doscientos progenitores que acumulaban faltas muy graves. "Había padres y madres que educaban a sus hijos en el desprecio absoluto de la vida propia y ajena", comenta Alfredo Marchasi, Jefe del Gabinete de Sustitución Familiar (GSF). El GSF constituyó una piedra angular del sistema; formado en su totalidad por psicólogos y psicólogas (y algún psicopedagogo), diseñaba unas familias de acogida ficticias (en realidad eran un psicólogo y una psicóloga disfrazados de padre y madre -aunque a veces, por problemas de distribución, existían familias con otro perfil-) que se ocupaban de reeducar a esos niños y jóvenes que habían sido desasistidos por sus familiares. "Además de servir de apoyo a esas criaturas, el GSF permitió recolocar a muchos profesionales a los que el buen orden en los centros educativos había dejado sin trabajo", confirma Marchasi.
Hoy, después de cinco años, pocos se atreven a criticar el PCF, un documento que ha devuelto la normalidad a escuelas, institutos, centros de mayores, reuniones familiares de domingo, velatorios, cenas de Nochebuena, etc. "Aún nos queda mucho por mejorar. El año que viene regalaremos puntos a los que participen en las asociaciones de padres y madres o en el Consejo Escolar; será la caña", concluye Leire Potín. Ya veremos.
Crédito de la imagen: '
Familia'
Nota en mi blog Re(paso) de lengua
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