La noche caía cruda y helada como la nevada. Fernando Leonor terminó de atar los dos bidones de 5 arrobas de aceite a los serones en el caballo. Había decidido volver al pueblo en la oscuridad de aquella "noche perra"; no era la primera vez que lo hacía. El tren de Madrid había llegado con más de cinco horas de retraso, encallado medio día en Cercedilla por la gran nevada que había en la sierra. En aquel oscuro invierno del 37, el oro líquido que le enviaba su hijo Manuel desde Almaden del Azogue justificaba la espera y el desafió a la tormenta. Además pensó que en esas condiciones no le ocurriría lo que en otras ocasiones en las que había sido asaltado a las afueras de la ciudad por bandoleros que solían merodear siempre por la estación y sabían de su recorrido.
Cuando iba dejando a sus espaldas el Acueducto y entró en el camino de Soria el cierzo arreciaba y los copos de nieve taladraban su rostro, frios y cortantes como cristales. En multitud de ocasiones se había confiado al instinto de su caballo, que no necesitaba vereda, ni arena sobre hierba para recorrer los 20 km. que le separaban de Caballar por aquellas faldas pedregosas de Guadarrama. asi que se ató con una cincha de cuero la cintura a la silla de montar, se pertrechó dentro de la capa e intentó guarecerse la cara y los ojos de aquel frio intenso que aumentaba por momentos.
Nadie sabrá jamas si fue la tormenta, que hizo amanecer el campo con mas de un metro de nieve o algún resplandor de luz de antorcha o fogata del pueblo de Tizneros que debía bordear, lo que confundió a la caballería, que se desvió del recorrido que su instinto le había dictado otras veces, pero Fernando, cansado y adormilado, no debió de darse cuenta siquiera de que su caballo se fue hundiendo hasta el vientre en aquel sumidero de agua y barro, en una tolla traicionera a las afueras del pueblo.
Al aleluya, tres fornidos hombres lograron sacar con sogas al caballo y desmontaron a su jinete, congelado y sin vida...Buscaron entre sus ropas y encontraron una carta de su hijo Manuel a su mujer Paquita en la que le pedia comenzar de nuevo su idilio en Caballar. Así supieron de su vecindad y pudieron avisar a Olimpia y a sus hijos para que recogiesen el cadáver del toril del pueblo, que había servido de fugaz e indecente tanatorio.El traqueteo del carro que llevó su cadaver al cementerio de Caballar acompañó la última etapa en este mundo de un hombre que había vivido docenas de aventuras y andanzas. Tantos sinsabores, tanto trabajo en una época difícil, terminaron para el curtido Fernando Leonor, con una muerte dulce, lenta, helada, impávida, atollado
La escuela pública es a veces como esa tolla en invierno, un cenagal de aguas embarradas. un agujero de arenas movedizas. Pero a todo invierno le sigue una primavera y a toda nevada le sucede el cándido fulgor de la nieve sobre la dehesa soleada. Empieza un nuevo curso escolar y los maestros, los educadores, necesitamos una capa de buen paño para el cierzo de tanta normativa, para la tormenta de tanto cambio, respirar profundo ante tantas exigencias. Y yo quiero comenzar este curso con una arenga al orgullo de nuestra profesión.Es hora de aventar la vocación y el compromiso. Son tiempos de crisis y de augurios enrarecidos y hay demasiados maestros que se están helando lentamente en la escuela, que se están quedando congelados desde hace tiempo Lo más sintomático es que algunos de los que vienen nuevos traen ya una buena capa de escarcha.
He dicho en alguna ocasión que hay pocos trabajos, en los que cada curso haya que hacer tantos cambios, en horarios, en programaciones, en proyectos. Da la impresión de que los recorridos son cada vez más largos y accidentados para llegar a las mismas metas.
En demasiados centros se sigue reincidiendo en las mismas prácticas, a veces equivocadas por mera costumbre. Muchos maestros/as llevan años eligiendo y ahora exigiendo a los Directores, contra la propia norma, los mismos cursos, acomodados a un círculo vicioso cíclico, abogados a su botiquín de supervivencia, con sus libros de texto y algún "antiviral educativo" de vez en cuando.
El magisterio necesita una amalgama de saber, poder y querer. No solo se trata de la formación inicial o permanente, que también, sino de la predisposición y el orgullo de ser maestros. Digamos a boca llena "Si, tengo tres meses de vacaciones, pero me las merezco". Demasiados docentes andan aún atados a su "programación vivida", atascados en la tolla de la rutina, descontando años para llegar a la cima de los 60. ¿Cuántos Profesores/as de secundaria han olvidado que fueron maestros y son educadores?. ¿Cuántos licenciados huyen de los primeros cursos de ESO, se esconden en la oscuridad de sus departamentos o se arrugan protestando por tener que dar 21 horas de clase?, A buen seguro que hay argumentos para la protesta más allá de la razón pusilánime que esgrimen ante tal desaguisado, la solidaridad por la pérdida de recursos personales. Pidamos más, pero exijámonos más.
En esta tarea de responsabilidad tiene un gran protagonismo el Director/a. Su camino no puede dejarse al instinto, como el que orientaba al caballo de Fernando en la noche, Sus decisiones no pueden estar dirigidas por tanta norma descontextualizada. Es imprecindible un liderazgo pedagógico, un asesoramiento en las aulas a los compañeros/as, una mediación en los conflictos que aparezcan en la comunidad educativa y por supuesto una disciplina dentro de un esfuerzo compartido. ¡qué facilmente se confunde disciplina con autoritarismo!. Hace falta un buen Proyecto educativo con un buen capitán al frente y un cuaderno de bitácora en el que la autonomía del centro sea la bandera.
En estos tiempos convulsos, seamos valientes, no corramos en estampida, no señalemos siempre a la administración, a los padres, a los mismos culpables invisibles. Los cambios políticos, la crisis, la falta de recursos no nos deben atorar como aquella ciénaga a mi bisabuelo Fernando, ni nos debemos sumir en una " muerte pedagógica dulce". Miren a los ojos a esos "locos bajitos" que decía Serrat, pregúntense. ¿qué culpa tienen ellos de tantos desaguisados? y coloquen su tarea por encima de los cierzos helados, trabajemos para dotarles de un juicio crítico que les permita ser buenos ciudadanos, curtidos ante cualquier tormenta.
La escuela necesita de gente que se atreva, de modelos, de maestros y maestras orgullosos/as de serlo, que no tenga miedo al cambio, valientes, con ilusiones renovadas cada año. La escuela del siglo XXI tiene una memoria muy corta por desgracia y a un verdadero maestro solo debería preocuparle lo que pudo y debió emprender pero dejó por hacer. Solo así se alejará el hielo de algunas aulas, solo así saldrán del atolladero algunas escuelas.
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