Charlando en casa sobre la educación en nuestro país y contrastando la experiencia educativa en España con la de otros países, en mi caso, la de Estados Unidos, quisiera apuntar brevemente una idea para la reflexión. Una de las creencias o actitudes que suponen un grave problema para nuestra educación es que, tanto en la enseñanza universitaria como en la secundaria, la mayoría del profesorado no siente la corresponsabilidad en el éxito en el aprendizaje del alumnado. Si un chico fracasa en las pruebas, no logra superar objetivos mínimos, o "deserta" del sistema escolar los profesores tienden a sentirse desbordados por la situación. Una parte considerable del profesorado se siente impotente y se encoge de hombros, otra se siente frustrada, casi enojada, y de manera defensiva echa balones fuera: familia, falta de disciplina, falta de esfuerzo, falta de interés... Oh tempora, oh mores...Nosotros, sin duda, estudiábamos más, no teníamos tantas distracciones (móvil, playstation, tuenti, la red al servicio del ocio...), ergo leíamos, estudiábamos, nos aplicábamos...
El tema es complejo, no se puede caer en simplificaciones, por tanto, no creo que haya una única respuesta a estos problemas. Sin embargo, desde aquí, quiero apuntar a un paso en el proceso de enseñanza/aprendizaje que ha quedado a menudo olvidado en la práctica: la evaluación del profesor,la autoevaluación. En realidad, quizás por la tradición histórica autoritaria que aún vive en nuestra sociedad, evaluación se ha equiparado a juicio sumario. Necesitamos hacer el esfuerzo de olvidar esta connotación y planteárnosla como beneficio y no daño. La evaluación no es sino una reflexión serena y profunda sobre el ejercicio de la enseñanza: valorar si se han cumplido los objetivos, indagar las causas por las que no se han cumplido para, de este modo , mejorar la situación y las acciones que están en nuestra mano es un ejercicio necesario para ir avanzando como profesionales de la educación.
¿A quiénes enseñamos? ¿Qué enseñamos? ¿Cómo enseñamos? ¿Por qué lo que enseñamos en las aulas no les llega a nuestros alumnos? ¿Por qué no conseguimos despertar su curiosidad? ¿Qué es lo que sí les gustó, les motivó, puso en movimiento su capacidad de aprender, su curiosidad ante la realidad y ante sí mismos?
He aquí algunas de las preguntas que podríamos plantearnos, tras ese final de curso agotador. La queja desgasta, el desánimo paraliza, echar balones fuera no tranquiliza del todo... ¿Y si los sustituyéramos en la sala de profesores y los claustros por reflexiones fundadas que nos llevasen a otros caminos, más actuales, más democráticos, donde el alumno se sienta irremediablemente y de verdad protagonista en el proceso de enseñanza-aprendizaje?
Quizás una metodología que incorpore las TIC sea uno de los senderos hacia ello.